Mujeres de tiempos memorables que tejieron con sus vidas las nuestras, llenas de orgullo, educadas para su misión sagrada, amando a su hombre unas; y las otras, la mayoría aguantando; entonces no se sabía de otra cosa. La educación de la mujer estaba totalmente enfocada a la obediencia y a la sumisión... obedecer a los padres, a los mayores y por último al esposo.
No se las preparaba para enfrentar al mundo ni para salir adelante por sí solas. Dependían del hombre como hijas o esposas para hacerse valer, pues la mujer debía ser frágil y delicada.
A pesar de eso, mostraron fuerza y coraje, crecieron como seres humanos pues amaban, amaban tanto la vida. Amarrándose las enaguas salían a defender sus casas, sus hijos, sus amores.
¿Será que de pronto surgió un nuevo tipo de mujer? Más analítica que cuestiona su papel en la vida. Que exige sus derechos, siendo diferentes en la igualdad. Con ganas de amar en libertad, sin arreglos ajenos ni dotes. De tener el derecho y la obligación de ser ellas mismas, para acertar o errar con la frente en alto, sin temor ni sumisión.
Me doy cuenta del largo camino andado... y me pregunto si aprendimos hacia dónde vamos... lo que el amor verdadero significa.
Esas mujeres, mis abuelas, también se lo preguntaron sin saberlo. Acaso ¿no nos inventaron a todas con su amor?
A ellas, a mis mujeres, a todas las que soy, las que me crearon, les dedico este trabajo, pues espero que con base en el análisis y el cariño, hagamos verdadero el más importante de todos los derechos. El derecho a ser felices.
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